MINISTERIO EVANGELISTICO JESUS TE LLAMA
jueves, 21 de julio de 2016
miércoles, 20 de julio de 2016
LOS 5 TEMAS MAS OMITIDOS EN LA IGLESIA
La evolución del cristianismo en nuestra época ha tomado un matiz muy peculiar. Las predicaciones se han ido adaptando a las influencias liberales y pragmáticas de la sociedad, y se ha acudido a la técnica del marketing, para disolver todo aquello que molesta al oído, añadiendo todo aquello que atrae y seduce. Es por ello que la mayoría de los sermones y teología moderna está impregnada de mensajes ilustrativos, motivacionales, psicológicos y de excelencia. Esta tendencia ha modificado las expresiones gramaticales en las traducciones bíblicas modernas, para restarle fuerza al sentido original del texto, principalmente en lo concerniente al concepto de pecado, usando para ello la técnica del llamado “lenguaje inclusivo”.
Existe una fuerte corriente que tiende a la desmitificación bíblica, la cual trata de explicar con una lógica dialéctica los milagros históricos de la Biblia. Con ello tratan de diluir los principios básicos de las doctrinas, porque hay cosas que hieren el oído y molestan la conciencia, principalmente cuando la persona es confrontada con el pecado. Esta corriente presentan la otra cara de la monedas, esto es el aspecto jurídico de las consecuencias del pecado, que es la condenación.
En resumen, hemos fabricado una teología de ofertas barata, y hemos escondido las demandas, porque nuestra técnica es engordar la iglesia, y atraer al pecador para que entre por la puerta ancha, por donde cabe todo, incluso su vana manera de vivir heredada de sus padres (1 Pedro 1:18-19). Al enseñar la Palabra de Dios actualmente los predicadores optan por el llamado “evangelio fácil” o de la “gracia barata”, en donde Jesucristo te protege, te da riquezas, te abre puertas, te hace excelente, te lleva al cielo aunque andes torcido. En fin, levanta la mano, confiesa positivamente y “ábrete sésamo” el milagro se hace. Basta una buena ofrenda, un pacto económico y la bula o indulgencias de bendiciones, perdón y prosperidad te será dada.
El nuevo vocabulario evangélico es de prosperidad, unción, poder, milagro, sobrenatural, conquista, grandeza, excelencia, salud, pacto, decreto etc. Ya no existe las predicas del pecado, el arrepentimiento, la restitución de daño, el infierno, la santidad, el juicio, el sufrimiento, la negación, la humildad, la sencillez, el desprendimiento etc. Incluso, muchos predicadores modernos niegan el infierno como algo real, porque afirman que el concepto de un infierno que arde, y la condenación, no cabe dentro de un Dios amoroso, y que tal concepto es tan solo una expresión metafórica. Así que prediquemos, pero no asustemos a las personas, sino atraigámosle mediante un culto-espectáculo. Basta con estar bien contigo mismo, y olvídate del pecado.
Alguien pregunto: ¿Que sucede cuando la iglesia de hoy día se rinde a la comodidad de un evangelio moderno de tolerancia, carnalidad y compromiso con el mundo, y deja de predicar todo el consejo de Dios que encontramos en las escrituras? El problema de la iglesia contemporánea no se encuentra en aquello que predica, ya que el hecho de que Dios es amor, aunque es una gran verdad bíblica que debemos repetir una y otra vez, y poner en primer lugar, no debe opacar o ignorar que también es juez justo. Nunca el amor puede eclipsar la justicia. El omitir el aspecto justo de Dios nos lleva a predicar un mensaje a medias, diluido, y esto nos hace abandonar la sana doctrina, permitiendo el libertinaje y levadura en la casa de Señor. Nuestro Dios no solo es un Dios de amor, sino también de santidad y justicia, y el sigue siendo el mismo ayer, hoy y por los siglos.
La Biblia nos habla claramente del juicio al pecador y del del infierno como un lugar de tormento. Esta relatado en la historia del rico y Lázaro (Lucas 16:23). Jesús menciono el lugar de tormento como un lugar con fuego (Marco 9:45), donde el gusano no muere (Marco 9.46,48) y relata las consecuencias de no estar en Él cuando afirmó en Juan 15:6: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden”. Pablo menciona el castigo a los desobedientes cuando afirma en 2 de Tesalonicenses 1:7-8: ” y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder,en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo;”. Hebreos expone el fin de los pecadores, y para ello menciono dos cosas que hoy se omiten, el juicio y el fuego del castigo (Hebreos 10:27). Además en la revelación de Juan, en el juicio final se habrá claramente del fuego eterno, que es la muerte segunda ( Apocalipsis 20:15-15, 21:8).
No cabe duda que la doctrina del arrepentimiento es imprescindible para nacer de nuevo ( Hechos 2:38, 3:19), lo cual produce un cambio de vida definido como el nuevo hombre (2 Corintios 5:17). Esta acción de arrepentimiento nos despoja del viejo hombre y sus hechos pecaminosos (Colosenses 3:9) el cual tiene que ser crucificado en la cruz (Romanos 6:6), lo que significa que a partir de esta acción nos revertimos de mundano o impío a ser un hijos de Dios, lo que nos lleva como meta a vivir en santidad, no persistiendo en repetir el pecado como norma de conducta (Romanos 6).
Si nos apartamos del pecado, entonces rompemos con las costumbres y modelos corruptos del sistema dominante. No podemos hacer amistad con el mundo, porque tal acción nos hace enemigo de Dios (Santiago 4:4), y no podemos servir a dos señores (Lucas 16:13). Este concepto esta encerrado en lo que denominamos “santidad”, o sea, apartarnos de todo aquello que la ley de Dios catalogo pecado, y lo cual esta expresado en los mandamientos, y definido mas claramente como los deseos de la carne. La santidad es la base para poder llegar al cielo (Hebreos 12:14) y fruto de arrepentimiento, manifestado en las obras, que son las acciones relacionada con nuestra forma de ser, vestir, hablar y pensar (Lucas 3:8, Mateo 7:16).
La Biblia presenta a los cristianos como un pueblo diferente al resto, proclamando que es una nación santa “la iglesia” (1 Pedro 2:9) cuyo modelo a imitar es Jesucristo (1 Tesalonicenses 2:14), por lo cual se debe formar en los cristianos un varón perfecto (Efesios 4:13), aprendiendo a andar como Jesús anduvo (1 Juan 2:6). Pero la iglesias en vez de conquistar el mundo, más bien el mundo ha conquistado la iglesia. ¿En qué se diferencia un cristiano de un mundano? Todos los esquemas de culto, conciertos, ritmos, modas, estructura de los templos, luces, efectos especiales y mensaje siguen la retorica del sistema dominante, de manera tal que no hay diferencia entre un evento mundano de uno cristiano. La única diferencia es que a la moda del mundo se le añaden un texto bíblico o un mensaje bíblico para adornar el evento, espectáculo, música o conducta.
Prediquemos el mensaje correcto. Confrontemos a la gente con su pecado, y llevémoslo al arrepentimiento para que puedan vivir en novedad de vida( Romanos 6:4). Infundamos temor, que como freno nos detienen para no pecar.
LA ADORACION Y LA ALABANZA SEGUN LA BIBLIA
Las palabras “adoración” y “alabanza” están en boca de millones
de personas, seguramente más que nunca antes en la historia. Eso es algo
muy bueno, cuando se trata de una adoración y de una alabanza bíblicas
del único Dios verdadero.
Pero me atrevería a sugerir que aun los que adoramos y alabamos al Señor de todo corazón no siempre hemos dedicado tiempo a estudiar qué es lo que enseña la Biblia sobre la adoración y la alabanza. ¿Alguna vez has buscado las palabras “adorar” y “alabar” en la Biblia, para ver cómo se usan?
El objetivo (¡bastante ambicioso!) de este artículo es intentar resumir en diez principios lo que enseña la Biblia sobre la adoración y la alabanza.
Detrás de esos 150 textos hay seis palabras hebreas, arameas y griegas. La idea principal es la de postrarse ante Dios. La verdadera adoración consiste en postrarse ante Dios (no necesariamente físicamente, pero sí en el corazón). Y la adoración falsa consiste en postrarse ante cualquier ser o cosa que no sea Dios. A lo largo de la Biblia hay muchos ejemplos de ambos tipos de adoración. Esta idea (de postrarnos ante Dios) nos habla de su santidad y grandeza, de nuestra pecaminosidad y pequeñez y del santo temor que debemos sentir ante Él. O sea, de su gran dignidad y de nuestra gran indignidad.
Cuando adoramos, no estamos haciendo algo en un vacío; estamos respondiendo a algo. ¿A qué? Pues, a Dios, a todo lo que nos enseña su Palabra acerca de Él. Y hacemos eso con todo lo que somos y con todo lo que tenemos. Eso es adoración.
Tres ejemplos bíblicos de ello: (1) Abraham subiendo el monte Moriah para adorar al Señor, ofreciéndole a su hijo Isaac en holocausto (Gn. 22:5); (2) La adoración de la que habló Miqueas: “...hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi. 6:6-8); y: (3) La adoración enseñada por el apóstol Pablo: “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1).
¡La adoración es mucho más que solo algo que hacemos en la iglesia!
Usamos mucho las palabras: “Me gusta” y “No me gusta”. Curiosamente, el único lugar en la Biblia donde se encuentran las palabras “me gusta” es en Génesis 27:4, palabras de Isaac a su hijo Esaú: “Hazme un guisado como a mí me gusta…”. ¡Y ya se sabe cómo terminó aquello! Pero hoy día, las palabras “me gusta” son de las palabras que más se oyen; un reflejo, sin duda, del egocentrismo que tan fácilmente se adueña de nosotros. Y hay demasiado del “me gusta” y del “no me gusta” en nuestra adoración.
La adoración verdadera no debería ser una cuestión de nuestros gustos; lo único que realmente importa es que le guste al Señor, que le agrade y le dé gloria a Él.
Y alabamos al Señor por sus muchas y maravillosas virtudes, sea de forma directa: “Señor, ¡qué grande eres!”; o de forma indirecta: “¡Qué bueno es el Señor!”
Pero ¿es así como se está usando la palabra “alabanza” cuando se habla de “líderes de alabanza” o de “tiempos de alabanza”? Pues, a veces, sí, y otras veces, no, ¿verdad?
Pero: (1) No todas las canciones o himnos son de alabanza: “¡Avívanos, Señor!”; “¡Firmes y adelante!”; “¡Grata certeza!”; “Acéptame como ofrenda de amor”; “Como el ciervo busca por las aguas”; “Hoy te rindo mi ser”; etc. (2) Cantar al Señor no es la única forma de alabarle; también le alabamos orando, hablando entre nosotros acerca de Él, y con nuestras vidas.
Si seguimos usando la palabra “alabanza” como lo estamos haciendo, ¡nuestros nietos no van a saber lo que es la alabanza! Al igual que se ha desvirtuado la palabra “amor”, estamos en peligro de desvirtuar la palabra “alabanza”.
Ahora, ¿tiene eso alguna base bíblica? Pues, sí, la tiene: ¡el libro de Salmos! Hay salmos de alabanza al Señor, salmos de acción de gracias, salmos de confianza en el Señor, salmos mesiánicos, salmos pidiendo ayuda al Señor, salmos que son lamentos, etc. Una de las cosas que más nos gustan de los Salmos es precisamente el hecho de que en ellos se habla de todo tipo de situaciones, buenas y malas, y se expresan todo tipo de emociones, desde la angustia hasta el éxtasis.
¿No estamos en peligro de perder la riqueza de contenido de las canciones que cantaba el pueblo de Dios antes de Cristo?
En el Antiguo Testamento la música tiene un lugar importante, pero no tan importante como la Palabra de Dios y la oración. Hay libros enteros que no contienen ninguna referencia a la música.
En los cuatro Evangelios hay muy pocas referencias a la música y solo una referencia al Señor mismo cantando, pero ¿cuántas referencias hay a la Palabra de Dios y a la oración?: ¡un montón!, ¿verdad?
El libro de Hechos describe los primeros treinta años de la Iglesia, pero ¿cuántas referencias hay al canto de los primeros cristianos?: solo una (explícita), y no se trata de una reunión cristiana normal, sino ¡de Pablo y Silas cantando en una cárcel! Pero ¿y las referencias en Hechos a la Palabra de Dios y a la oración? Muchas, ¿verdad?
¿Refleja nuestra realidad hoy los mismos énfasis que la Palabra de Dios?
El Señor dijo a la mujer samaritana: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren…” (Jn. 4:21-24). Parece que el Señor estaba apuntando a un cambio en la adoración como consecuencia de su venida, ¿verdad? ¿Está reflejado ese cambio en nuestra adoración?
Pero algunos creyentes hablan de Cristo, de la Cruz y del evangelio como si no tuviesen mucho que ver con la alabanza. Pensemos por un momento en el libro de Apocalipsis; buena parte del libro describe la adoración de los creyentes y de los ángeles en el cielo. Y ¿qué encontramos? Pues, que Apocalipsis es uno de los libros bíblicos que más hablan de Cristo; que Apocalipsis empieza y termina con el Señor Jesucristo; encontramos unos veinticuatro nombres o títulos del Señor Jesucristo, de los cuales el que más se usa es el nombre del Cordero; y que el tema central de las canciones que se cantan en el cielo es Cristo crucificado.
El Señor tuvo que reprender a su pueblo Israel una y otra vez por la incoherencia entre su (supuesta) adoración y sus vidas (Is. 1:11-17; Is. 29:13a; Os. 6:6; Mi. 6:6-8; etc.). Y el apóstol Pablo habla de nuestro “culto racional” en términos de nuestras vidas, no de lo que hacemos en la iglesia (Ro. 12:1-2).
Lo que hacemos en la iglesia no es más que la punta del iceberg de la verdadera adoración, la pequeña parte que más se ve; pero si no hay nada debajo de eso, si no somos adoradores 24/7, ¡lo que hacemos en la iglesia no vale para nada!
Pero me atrevería a sugerir que aun los que adoramos y alabamos al Señor de todo corazón no siempre hemos dedicado tiempo a estudiar qué es lo que enseña la Biblia sobre la adoración y la alabanza. ¿Alguna vez has buscado las palabras “adorar” y “alabar” en la Biblia, para ver cómo se usan?
El objetivo (¡bastante ambicioso!) de este artículo es intentar resumir en diez principios lo que enseña la Biblia sobre la adoración y la alabanza.
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Según la Biblia, adorar a Dios es postrarse ante Él.
Detrás de esos 150 textos hay seis palabras hebreas, arameas y griegas. La idea principal es la de postrarse ante Dios. La verdadera adoración consiste en postrarse ante Dios (no necesariamente físicamente, pero sí en el corazón). Y la adoración falsa consiste en postrarse ante cualquier ser o cosa que no sea Dios. A lo largo de la Biblia hay muchos ejemplos de ambos tipos de adoración. Esta idea (de postrarnos ante Dios) nos habla de su santidad y grandeza, de nuestra pecaminosidad y pequeñez y del santo temor que debemos sentir ante Él. O sea, de su gran dignidad y de nuestra gran indignidad.
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Según la Biblia, adorar a Dios es responder a todo lo que es Él con todo lo que somos nosotros.
Cuando adoramos, no estamos haciendo algo en un vacío; estamos respondiendo a algo. ¿A qué? Pues, a Dios, a todo lo que nos enseña su Palabra acerca de Él. Y hacemos eso con todo lo que somos y con todo lo que tenemos. Eso es adoración.
Tres ejemplos bíblicos de ello: (1) Abraham subiendo el monte Moriah para adorar al Señor, ofreciéndole a su hijo Isaac en holocausto (Gn. 22:5); (2) La adoración de la que habló Miqueas: “...hacer justicia, amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi. 6:6-8); y: (3) La adoración enseñada por el apóstol Pablo: “...que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Ro. 12:1).
¡La adoración es mucho más que solo algo que hacemos en la iglesia!
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Según la Biblia, el objetivo número uno de nuestra adoración debería ser agradar a Dios y darle gloria.
Usamos mucho las palabras: “Me gusta” y “No me gusta”. Curiosamente, el único lugar en la Biblia donde se encuentran las palabras “me gusta” es en Génesis 27:4, palabras de Isaac a su hijo Esaú: “Hazme un guisado como a mí me gusta…”. ¡Y ya se sabe cómo terminó aquello! Pero hoy día, las palabras “me gusta” son de las palabras que más se oyen; un reflejo, sin duda, del egocentrismo que tan fácilmente se adueña de nosotros. Y hay demasiado del “me gusta” y del “no me gusta” en nuestra adoración.
La adoración verdadera no debería ser una cuestión de nuestros gustos; lo único que realmente importa es que le guste al Señor, que le agrade y le dé gloria a Él.
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Según la Biblia, alabar a Dios es reconocer sus virtudes, quedarnos impactados por ellas y alabarle por ellas.
Y alabamos al Señor por sus muchas y maravillosas virtudes, sea de forma directa: “Señor, ¡qué grande eres!”; o de forma indirecta: “¡Qué bueno es el Señor!”
Pero ¿es así como se está usando la palabra “alabanza” cuando se habla de “líderes de alabanza” o de “tiempos de alabanza”? Pues, a veces, sí, y otras veces, no, ¿verdad?
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Según la Biblia, cantar a Dios y alabarle son dos cosas relacionadas entre sí, pero distintas.
Pero: (1) No todas las canciones o himnos son de alabanza: “¡Avívanos, Señor!”; “¡Firmes y adelante!”; “¡Grata certeza!”; “Acéptame como ofrenda de amor”; “Como el ciervo busca por las aguas”; “Hoy te rindo mi ser”; etc. (2) Cantar al Señor no es la única forma de alabarle; también le alabamos orando, hablando entre nosotros acerca de Él, y con nuestras vidas.
Si seguimos usando la palabra “alabanza” como lo estamos haciendo, ¡nuestros nietos no van a saber lo que es la alabanza! Al igual que se ha desvirtuado la palabra “amor”, estamos en peligro de desvirtuar la palabra “alabanza”.
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Según la Biblia, el canto espiritual sirve para expresar todo tipo de emociones en todo tipo de situaciones.
Ahora, ¿tiene eso alguna base bíblica? Pues, sí, la tiene: ¡el libro de Salmos! Hay salmos de alabanza al Señor, salmos de acción de gracias, salmos de confianza en el Señor, salmos mesiánicos, salmos pidiendo ayuda al Señor, salmos que son lamentos, etc. Una de las cosas que más nos gustan de los Salmos es precisamente el hecho de que en ellos se habla de todo tipo de situaciones, buenas y malas, y se expresan todo tipo de emociones, desde la angustia hasta el éxtasis.
¿No estamos en peligro de perder la riqueza de contenido de las canciones que cantaba el pueblo de Dios antes de Cristo?
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Según la Biblia, hay dos cosas que son más importantes que el canto: (1) la Palabra de Dios; y: (2) la oración.
En el Antiguo Testamento la música tiene un lugar importante, pero no tan importante como la Palabra de Dios y la oración. Hay libros enteros que no contienen ninguna referencia a la música.
En los cuatro Evangelios hay muy pocas referencias a la música y solo una referencia al Señor mismo cantando, pero ¿cuántas referencias hay a la Palabra de Dios y a la oración?: ¡un montón!, ¿verdad?
El libro de Hechos describe los primeros treinta años de la Iglesia, pero ¿cuántas referencias hay al canto de los primeros cristianos?: solo una (explícita), y no se trata de una reunión cristiana normal, sino ¡de Pablo y Silas cantando en una cárcel! Pero ¿y las referencias en Hechos a la Palabra de Dios y a la oración? Muchas, ¿verdad?
¿Refleja nuestra realidad hoy los mismos énfasis que la Palabra de Dios?
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Según la Biblia, la venida del Señor Jesucristo marcó un hito en cuanto a la adoración.
El Señor dijo a la mujer samaritana: “La hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren…” (Jn. 4:21-24). Parece que el Señor estaba apuntando a un cambio en la adoración como consecuencia de su venida, ¿verdad? ¿Está reflejado ese cambio en nuestra adoración?
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Según la Biblia, en el centro de nuestra adoración deberían estar la persona y la obra del Señor Jesucristo.
Pero algunos creyentes hablan de Cristo, de la Cruz y del evangelio como si no tuviesen mucho que ver con la alabanza. Pensemos por un momento en el libro de Apocalipsis; buena parte del libro describe la adoración de los creyentes y de los ángeles en el cielo. Y ¿qué encontramos? Pues, que Apocalipsis es uno de los libros bíblicos que más hablan de Cristo; que Apocalipsis empieza y termina con el Señor Jesucristo; encontramos unos veinticuatro nombres o títulos del Señor Jesucristo, de los cuales el que más se usa es el nombre del Cordero; y que el tema central de las canciones que se cantan en el cielo es Cristo crucificado.
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Según la Biblia, la adoración en la iglesia no vale para nada sin la adoración de nuestras vidas.
El Señor tuvo que reprender a su pueblo Israel una y otra vez por la incoherencia entre su (supuesta) adoración y sus vidas (Is. 1:11-17; Is. 29:13a; Os. 6:6; Mi. 6:6-8; etc.). Y el apóstol Pablo habla de nuestro “culto racional” en términos de nuestras vidas, no de lo que hacemos en la iglesia (Ro. 12:1-2).
Lo que hacemos en la iglesia no es más que la punta del iceberg de la verdadera adoración, la pequeña parte que más se ve; pero si no hay nada debajo de eso, si no somos adoradores 24/7, ¡lo que hacemos en la iglesia no vale para nada!
Conclusión
Como dijo el Señor Jesucristo a aquella mujer samaritana, el Padre busca verdaderos adoradores que le adoren. A fin de cuentas, él nos creó, nos dio la vida, para eso: para que le adorásemos; y nos salvó para que lo hiciéramos “en espíritu y en verdad”. ¡Que el Señor encuentre en nosotros los adoradores que él anda buscando!sábado, 16 de julio de 2016
REFLEXION - CONECTATE CON LA VERDAD
«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que habrán de venir»
Juan 16:13
Jesús dijo que el Espíritu Santo nos guiaría a toda verdad. No tan sólo la verdad que nos ayudará a subsistir. Ni la verdad ocasional que nos ayudará a enseñar nuestra clase de la escuela dominical, sino ¡toda la verdad!
Si eres un empresario, el Espíritu Santo te mostrará cómo aumentar tus ganancias y reducir tus gastos. Si eres una madre, el Espíritu Santo te mostrará cómo resolver las discusiones de tus hijos. Si eres un estudiante, esto significa que el Espíritu Santo te mostrará cómo sobresalir en tus clases.
De hecho, si conoces a Jesucristo y has sido bautizado en el Espíritu Santo, en tu interior se encuentra la respuesta a todo problema económico, espiritual y físico. ¡Tú tienes las respuestas a problemas que ni siquiera conoces!
Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se tropezó con un problema serio. El enemigo hundía sus barcos más rápidamente de lo que podían construir nuevos barcos, un proceso que tomaba un año.
En un esfuerzo para resolver ese dilema, se inventó un método por el cual un barco podía ser construido en un solo día. Pero había que construir el barco con la parte de arriba hacia abajo. Entonces, al darle vuelta, las soldaduras se reventaban y el barco se rompía en pedazos.
Le presentaron el problema a un hombre profundamente espiritual, quien era un famoso empresario industrial en ese tiempo. “Yo averiguaré cómo hacerlo”, dijo. Efectivamente, después de días de oración y ayuno, Dios le mostró la fórmula de la soldadura que mantendría al barco unido.
Si estás enfrentando algún problema, no andes a rastras tratando de manejarlo con tus propias fuerzas. Toma en serio lo que Jesús dice en Su Palabra y comienza a pedirle al Espíritu Santo que te dé el conocimiento que necesitas para resolverlo. Pon la sabiduría de los siglos a obrar en tu trabajo, en tu familia y en tu mundo. Conéctate con las verdades que Él ha puesto en ti.
Lectura bíblica: Juan 14:6-17
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