¿por qué se lo tienen?... En realidad,
ese miedo que sienten es un acto de fe en la vida eterna. Pues
si
la vida eterna la creen segura, ¿por qué tienen que tener miedo?
Nos encontramos aquí planteado el gran problema del hombre: su salvación. ¿Nos salvamos? Lo hemos ganado todo. ¿Nos perdemos?
Lo tenemos perdido todo y para siempre... La preocupación, por lo mismo, es muy legítima.
Pero no es legítimo el miedo a Dios. Porque Dios se nos revela, se nos manifiesta, y lo vemos claramente, como el Salvador. Y de Él dice el apóstol San Pablo una de las sentencias más llamativas, importantes
y consoladoras de toda la Biblia:
-
Dios quiere la salvación de todos (1Timoteo 2,4)
¿De todos? Luego no queda excluido ninguno. Y menos, ése que tiene miedo a Dios, porque, con su mismo miedo, está diciendo que cree en Dios; que Dios tiene un Cielo para los que le aman; que hay un castigo para los que rechazan
a Dios. Este acto de fe es el principio de su salvación, sin que él mismo se dé cuenta. De aquí puede arrancar
un acto de generosidad consigo mismo, y decir como aquel muchacho del Evangelio:
- ¡Me levantaré, e iré a mi Padre Dios!
Sólo que quien tiene miedo a Dios, ha de cambiar el miedo por la prudencia, eso sí, para estar
al tanto. Es lo que nos dice San Pablo:
-
En el asunto de vuestra salvación, trabajad con temor y temblor
(Filipenses 2,12)
Porque nuestra debilidad o malicia nos pueden llevar muy lejos en el mal... Pero, de ningún modo podemos
admitir el miedo a Dios. Hay una gran diferencia entre medio y respeto,
o, con dicho con pensamiento o expresión
muy bíblica, con temor reverencial, que
esto significa casi siempre
esa palabra temor en la Sagrada
Escritura.. ¿Cómo se puede temblar ante un Dios que
se ha empeñado
en salvarnos?...
La prueba mayor del empeño de Dios la tenemos
en Jesucristo. El Evangelio
de Juan lo dice de una manera ponderativa:
- ¡De tal modo amó Dios al
mundo que le dio su propio Hijo! (Juan 3,16) Y el mismo Jesús
confesará:
- Esta es la voluntad del Padre que me envió, que no se pierda ninguno de los que él me confió (Juan 6,39)
Y que Dios Padre y Jesucristo no hablaban en broma, sino muy en serio, nos lo dice la pasión
y muerte a que se sometió el Señor Jesús, el cual, a impulsos
del Espíritu Santo, se ofreció a Sí mismo como víctima salvadora
(Hebreos 9,14). Las tres
Divinas Personas de Dios están más que empeñadas
en
salvarnos a todos.
¿De dónde le viene a Dios esta decisión
generosa y tan seria? De su amor, desde luego. Pero, podemos mirar también otros
aspectos que la explican hasta la evidencia. Y podríamos señalar estos dos: el valor del hombre y el peso de la eternidad.
* En cuanto a lo primero,
¿sabemos lo que vale el hombre? La Biblia nos lo dice en su primera
página, cuando nos
narra cómo Dios
creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza. Hombre y mujer son una copia, hecha materia, de la belleza
del mismo Dios: inteligente, bello, amante,
eterno... En aquel primer barro, Dios metió un alma espiritual e inmortal.
Y por ser esto, espiritual e inmortal,
un alma solamente
vale más que todo el universo: vale más
que la multitud de todos
los astros habidos y por haber. Si a esto añadimos
que Dios adornó al hombre
con su gracia, es decir, con la vida divina que metió en nuestro ser, el hombre ha llegado a ser algo de un valor inestimable. Un solo hombre no se puede comprar con todo el universo.
Ese siempre, siempre, siempre de la eternidad
solamente lo mide Dios. Y Dios, que sabe lo que significa, no quiere que nadie se
pierda.
Concluimos
por
donde hemos comenzado: ¿Miedo de Dios que
se ha empeñado en salvarnos? ¡No, por favor! Prudencia y sensatez,
sí, porque nos jugamos
el
todo. Jesús tiene bien sujetas nuestras
almas, y dice (Juan 10,28):
Nadie me las arrebatará de mi mano...
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